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martes, 28 de abril de 2015

La fiesta que llevamos dentro

Muchas veces nos sentimos tristes, agobiados, deprimidos, angustiados. Experimentamos sentimientos que se contradicen totalmente con lo que en realidad deberíamos estar sintiendo como hijos de Dios, habitados por la Santísima Trinidad.

¿Por qué sucede esto? En primer lugar debemos situarnos en la gran y privilegiada verdad que es la Inhabitación Trinitaria en el corazón del ser humano. Nadie más que el ser humano tiene este privilegio y solo el ser humano es quien puede disfrutarlo. Sin embargo es una verdad dejada de lado o, incluso, y más grave, desconocida.

Esta verdad es tan grande como Dios mismo. Y mucho más, Dios mismo, Padre, Hijo y Espíritu Santo visitando el corazón, el interior del ser humano. La presencia de Dios en nosotros, la Gracia Santificante, Dios en su infinita bondad y con toda su divinidad habitando en sus hijos.

El cielo es el estado del alma en la presencia de Dios, eso lo sabemos. Donde está Dios hay cielo. Entonces si Dios está en nosotros ¡Estamos llenos de la vida de cielo!

Y ¿Desde cuándo sucede esto? Desde hace mucho tiempo, no es novedoso en cuanto al tiempo, de repente es novedoso ponernos a reflexionar sobre esto. Desde el día de nuestro Bautismo Dios nos regala su presencia en nuestra vida, una presencia real que no es un invento, una fiesta de cielo en nuestro interior.

Es claro que esta fiesta puede perderse por el pecado, esencialmente por el pecado mortal que corta la comunión con Dios, que rompe la vida de Gracia en nosotros, pero podemos recuperarla a través del Sacramento de la reconciliación. Es decir, esa vida puede estar en nosotros toda la vida, es el gran tesoro que llevamos en vasijas de barro, por eso Dios nos dice "Te basta mi Gracia".
¿A quién no le bastará tener a Dios en su interior? Tan cerca, tan íntimo, tanto amor.

Entonces esa es la fiesta que llevamos dentro, una fiesta que no es simplemente un placer momentáneo, sino la felicidad completa. Cargamos en nuestro interior con la fuente de la felicidad y ¿Estamos tristes? ¡No!

Nos pueden quitar muchas cosas, nos pueden agraviar, nos pueden maltratar, la vida puede ser difícil, lo que sea que estemos pasando, pero nadie puede quitarnos la fiesta que llevamos dentro. Nadie, excepto nosotros mismos ¿Cómo? Cediendo al pecado, dándole lugar en nuestra vida.

Por eso, reflexionemos y vivamos esa felicidad de comunión con Dios, no nos permitamos perder su vida en nosotros, y disfrutemos de este hermoso regalo de Nuestro Padre Celestial.




viernes, 24 de abril de 2015

¿Que cambies tú o que cambie yo?

La vida de cada uno está rodeada de situaciones y circunstancias que componen lo cotidiano, lo que llamamos el diario vivir. Cada situación o circunstancia hace parte de la vida y es lo que compartimos con los demás.

Nadie vive lo suficientemente solo como para decir que sus acciones o vivencias no afecten a los demás, o que sus actos son solo su responsabilidad por lo tanto los demás que se arreglen.

Muy por el contrario, todos somos parte de una sociedad, de un ámbito de vida, de un lugar que ocupamos y compartimos y que denominamos mundo.

Y todos, absolutamente todos, somos beneficiarios o somos perjudicados con el actuar de los demás, así como los demás son beneficiados o perjudicados con mi propio actuar.

Por lo tanto, si volvemos al título de esta reflexión ¿Quién es el que tiene que cambiar? La respuesta es muy fácil ¡Todos! Tanto yo como los demás y tanto los demás como yo.

Pero si le agregamos a esta pregunta la variante de que estamos hablando, en lo personal, de que tengo una experiencia del amor de Dios, que me digo cristiano, que soy seguidor de Cristo, que conozco la Palabra, que discierno su voluntad, entonces la obligación de cambio, sin lugar a dudas es mio. Yo debo cambiar

Y esto es lo que nos frena en el camino del seguimiento de Cristo, esto es lo que muchas veces falla en el testimonio, esta es una de las piedras de tropiezo. Como dijo Jesús "Es más fácil ver el error ajeno que ver nuestros propios errores", entonces en consecuencia, todos exigimos que los demás cambien. Jesús también dijo que "no se le pueden pedir peras al olmo" pero es muy obvio que a un árbol de peras sí se le pueden pedir. Entonces, si yo me digo cristianos debo dar frutos de cristiandad y uno de los frutos es un verdadero cambio de conversión.
A los demás, o a aquellos que no conocen a Dios, primero hay que procurarles un encuentro con El para que puedan cambiar. Pero a un cristiano que dice serlo y no se cansa de proclamar que lo es, no solo se le puede pedir un cambio sino que se le debe exigir que cambie.

La vida es simple y el seguimiento a Cristo lo es también, las respuestas son sencillas, solo hay que estar dispuestos. Amén




jueves, 23 de abril de 2015

¿Quién se daña verdaderamente cuando no se perdona?

El tema del perdón es un tema muy hablado, muy recomendado, es tema de conversación y de consejo todo el tiempo. El perdón es un arma poderosa de amor que puede desarmar al oponente.

Cuando nos dañan el corazón, cuando nos ensucian la reputación, cuando nos ofenden en demasía, lo mejor que podemos hacer es perdonar. El perdón se transforma en la mayor venganza de amor que puede cambiar el rumbo de las cosas. Cuando nuestro oponente ve, que a pesar de todo lo que ha hecho en contra nuestra, recibe de todas formas nuestro perdón, queda desarmado.

Perdonar no significa que acepto todo lo que me hacen porque no me queda otra, perdonar es un acto es una decisión que nos ayuda a afrontar las situaciones dolorosas con dignidad.

Llorar y llorar sobre lo mismo, recordar una y otra y otra vez lo que nos han hecho no soluciona nada, al contrario, lo que hace esta reacción es que lo vivamos una y otra vez, que repitamos el dolor cada vez que nos lloramos, que la herida siga abierta y sangrando y que la bronca, el rencor y el odio se vaya apoderando de nosotros, hasta el punto, incluso, de enfermarnos espiritual y físicamente.

¿Es eso lo que realmente queremos? claro que no. Nadie quiere sufrir, por lo tanto, deberíamos ser más inteligentes y cortar el sufrimiento por lo que nos hacen a través del perdón y seguir adelante con la dignidad de los hijos de Dios.

el daño ya fue hecho, una vez, pero nosotros mismos recordándolo y llenándonos de bronca lo único que logramos es hacernos más daño. Es decir, con esa actitud lo que hacemos es ponernos del lado de quien nos hizo mal y decirle: mira, vos me hiciste mal, pero yo me lo hago peor.

el perdón, muy por el contrario, nos libera de esa atadura de dolor, nos sana, nos hace personas dignas. No porque no nos importe, sino porque en realidad nos importa la salud de nuestra alma y tratamos de cuidarla lo mejor posible.

El perdón es la forma de cuidar nuestra alma y de demostrar la altura de los hijos de Dios, que son misericordiosos con el pecador y que, aunque duela, tienen conciencia de que Dios nos perdona y nos enseñó a perdonar siempre.

Hagamos la prueba y veremos los resultados de paz en nuestra vida. Amén